jueves, 5 de julio de 2012

el canto del lobo..

EL CANTO DEL LOBO
Te mueves, hermano lobo, donde se besan la luna y el bosque. Acaso por momentos, recuerdas tu nacimiento, la salida del vientre de tu madre. Aquella vez, los fríos dientes del viento mordían ramas y hojas que se movían en animada danza.  Diste entonces tus iniciales pasos sobre la nieve. Alzaste tu hocico para abarcar el cielo, con una primera mirada. Pero, desde entonces, rara vez contemplas la bóveda completa. Porque siempre están cerca de ti el alma de madera de los árboles, y los senderos que zizaguean como serpientes barnizadas de penumbras.       
Mientras gobierna el sol, las paredes de tu verdadero cielo son la maleza,  las piedras y los arroyos. Y en el techo de tu firmamento hay de nuevo bosque, nubes que son cabelleras de ramas y hojas. Pero, quizá, en la noche, las nubes de hojas que se suspenden en las copas, se elevan. Y entonces ves la cúpula inmensa. Y tus ojos arden cerca de los cuarzos de fuego, oscilantes. Sin fin. De las astros. Y ella, la mujer secreta, la mujer nocturna,  te incendia de fascinación. Ella...
¿Cuántas veces ya la has mirado a Ella? En la noche atiborrada de nubes, o caldeada de estrellas. Y cuántas veces, mientras Ella riega una parcela del cielo con rocas de plata y enigma, tú te unes a la manada, como ahora lo haces. Y con los otros seres de tu especie, exhalas aullidos y símbolos. 
  Y junto con la manada, escuchas al más anciano de tus congéneres. De su garganta vetusta emana un canto. Que resuena como un cuerno de caza. Y entonces corres. Corres. En tu boca entreabierta, bullen futuros aullidos. Y tú, y tus hermanos, la siguen a Ella, cuando Ella grita luz en las alturas nocturnas o cuando recorre veloz el bosque.
Y entonces toda la manada se detiene. Y en misteriosa conjunción de voces, cantan. Cantan. ¿Acaso le cantan a Ella? ¿Le cantas a Ella, lobo apasionado?
¿Por qué cantas animal del bosque? ¿Por qué haces rodar los soles de tu soledad sobre las tierras heladas mientras te mueves con el viento para, junto con la manada,  llegar a otro  lugar donde debes cantar? Cantar...Cantar..¿Qué hay en tu canto? Déjame entrever, en alguna noche de pinos y follaje, las campanas que repiquetean en tu cantar animal. Animal eres: inteligencia que piensa desde la sensación viva.
Tal vez tendría que seguir con obstinación, sin temor a la locura, a una nube que vuela ahora sobre la ciudad. Y que se dirige, sé que así es, hacia tu reino, lobo, hermano animal. Tu hogar: un mar de olas vegetales. Flujos de savia, claroscuros y sonidos. De aves y viento. Que te aman. A los que tú amas, hermano animal. 
Sí, quizá debería ser nube, delicadeza líquida que desciende. Lluvia que desciende sobre el bosque. Así me imagino. Y mientras soy esa nubosidad y las gotas que se precipitan, entro en el bosque. En la noche. Y, entonces, te descubro entre el arroyo y el árbol. Y soy, imagino ser, la  polifonía de la lluvia. Su crepitar constante es la caricia de un frescor vivo, profundo. Y te  percibo cerca, hermano mío. Te has separado de tu manada. Respiras ahora con un aire más viejo que los mares. Una todavía callada emoción esculpe el rostro de tus antepasados en tu piel.
Y caminas ya bajo el susurro de las gotas. En el bosque. Hondo. Hondo. Y yo, gota que soy, que imagino ser, me escribo cayendo lenta. Pues quiero contemplarte más, hermano animal. Quiero contemplar tus huellas; tu anatomía empapada que arrastra las sombras de los robles; tus ojos de luz extraña que perciben árboles y misterios. Que no existen para el humano.
Y cuando estoy tan cerca de golpear la nieve, palpito en ti, criatura lejana, enigmática. Que creas una música más inquietante que la del violín o el  tambor. Y caigo al fin sobre la nieve del bosque. El bosque que conozco, el que imagino. No el tuyo que mi especie no puede presentir ni sospechar. Y entonces, ¿acaso Ella está cerca, en el cielo o en la tierra?  ¿Es por eso que  comienzas a cantar?
Y escucho tus cantos. Tus cantos: quejidos, himnos o melodías que tallan altares. ¿A qué fuerza veneras en tu templo nocturno? ¿De qué culto eres sacerdote?  ¿Cómo nadar en los lagos pintados de noche que vibran en tu voz? ¿Por qué no te compadeces de mí, de la angustia de no ser tu destino de centinela del bosque que bebe plateadas bebidas de luna? ¿Hasta cuándo, asombrado, preguntaré por tu canto, lobo salvaje?
Quizá, mientras soy agua, lluvia y nieve, tú me enseñes a fundirme con la fogata de tu voz. Quizá, a pesar de todo, ya canto contigo. ¿No será que ya las has convencido a Ella para que me acepte como el hermano de tu magia?
Quizá gracias a ti, la siento a Ella. La percibo mientras brilla y corre. Y escucho que me dices: venera a aquella mujer, que medita y nos imagina. Desde el firmamento y el espinazo de la madera.
 Y junto contigo, le canto a Ella, mi hermano animal. Soy tan parecido a ti. Lo mismo que tú, persigo el magma y el misterio. Sí, por eso, contigo, hermano lobo, otra vez canto. Otra vez, concédeme el don de cantar con tu voz. En el bosque y la noche.                               
El lobo persigue a su presa a través de grandes distancias. Puede confundir y agotar a su víctima. Durante la cacería junto a la manada, evidencia una astucia y eficacia capaz de competir con el cazador humano. Este hecho quizá motivó la tendencia arcaica universal a vislumbrar en el lobo una encarnación del mal. Pero el temor ante los poderes depredatorios del animal de los aullidos también suscitó fascinación y promovió la creencia de que en él bullen fuerzas extrañas, misteriosas. Así, en la costa noroeste de América del Norte, el lobo era venerado como poderoso espíritu animal que concede al chamán potencia sobrenatural. Se obtenía de esta manera una vivaz medicina con la que curar a los enfermos. Al cubrir su rostro con una máscara de lobo, el chamán, hombre de lo sagrado, se vinculaba con violentos espíritus de la caza. Los chamanes lapones se creían lobos y los chamanes tunguses invocaban al lobo para ser poseídos por su espíritu. En diversas culturas de raigambre chamánica, se relataban las visitas que los hechiceros recibían de una mujer disfrazada de lobo. En la mitología nórdica, las valquirias, mujeres guerreras, cabalgaban montadas en lobos para atravesar el cielo. En el contexto también de la imaginación germánica, Odin muere durante la Ragnarok, la batalla final donde se destruye el mundo. Entonces, Fenrir, el lobo cósmico-hijo monstruoso de Loki- devora los restos del antiguo dios tuerto de la sabiduría. En la mitología celta, un lobo celeste despedaza el sol cada atardecer para que la noche no extienda su oscuro reino.
                                     Rómulo y Remo fueron fruto de un lazo clandestino entre Marte, dios de la guerra, y una vestal. A causa de esta penumbra en su origen, los gemelos fueron arrojados al Tíber para que allí encontraran una líquida tumba. Pero las aguas los llevaron hasta la gruta del Lupercal, donde una gran loba, los acogió y amamantó. Cuando luego, los dos hermanos fundaron Roma, su madre adoptiva resplandeció como símbolo de la ciudad y expresión simbólica del valor y las garras destructoras del imperio romano. En la Lupercal, fiesta romana de la fertilidad, se honraba a la maternal loba mítica.
                               En la Europa medieval, los lobos suscitaron un profundo temor. Sus ataques sobre ovejas y demás ganado doméstico, motivó, junto al miedo, la repulsa del animal cazador. Esta presencia cercana y amenazante del lobo se combinó con la ancestral creencia en hombres animales, humanos que, generalmente en la noche y al amparo de los opalinos rayos lunares, se transformaban en letales bestias depredadoras. Esta mágica transformación acontecía en el caso de los hombres leopardo y los hombres hiena de Africa, y el hombre jaguar del Amazonas. Y era el caso también de los hombres lobos en la tradición occidental. La leyenda del hombre lobo nació en Arcadia, montañoso territorio de la Grecia antigua, atiborrado de lobos. Esta creencia se entroncó con el culto del Zeus Licio (Zeus Lobo), y con Licaón. En muchas leyendas, Licaón y sus hijos eran presentados como una familia proclive a los excesos. Intrigado por estas anomalías, Zeus lo visitó una vez, disfrazado de campesino. Licaón mandó servirle carne de un niño. Encolerizado, Zeus volcó la mesa y, según algunas variantes de la leyenda, luego, como castigo, transformó a Licaón en lobo. De esta leyenda procedería después la expresión "licantropía" para aludir al hombre que se muta en animal y que aúlla y ataca el ganado de los campesinos.
 Y el lobo es el señor del aullido. Autor de entrecortadas canciones en el bosque nocturno.
Lois Crisler, una científica norteamericana especialista en lobos, describe el coro de aullidos de sus animales favoritos como un placer musical y escalofriante: ¨Fuimos despertados, en plena noche canadiense, por los aullidos de los lobos. Probablemente, su canto figura  entre las más hermosas composiciones animales del mundo. Las dos voces cambiaban de continuo. Se elevaban y descendían siempre en forma de acordes, nunca en unísono ni en disonancia. Los intervalos alternaban entre terceras menores y quintas. A veces se oía una nota larga de un lobo, mientras que la voz del otro tejía curiosos acompañamientos alrededor de la del compañero. Sus sonidos, extraordinariamente puros, recordaban los de un cuerno de caza. Los lobos se interrumpían intempestivamente y entonces reinaba un silencio impresionante, como si escucharan . La inquietante impetuosidad de aquel dúo nos envolvió en un miedo oprimente¨. La científica recrea el canto de los lobos con admiración. Desde una respetuosa distancia. ¿Pero qué podría ocurrir  si los misteriosos animales del bosque cantaran cerca, tan cerca que...?
La zoantropía es el supuesto poder del hombre de transformarse en animal. Multitud de creencias ancestrales atestiguan la realidad de esta experiencia.La noción general de zoantropía, la transformación en diversos animales por parte del dios hindú Vishnú,  la licantropía, la recuperación de su forma humana por parte de Apuleyo y Luciano de Samosata, y las creencias en torno a los hombres-tigre de Sumatra y el runauturuncu de Argentina.Desde su génesis, la modernidad desparramó sobre el mundo una nueva concepción de éste, donde toda creencia que no estuviese fundada en la razón estaría condenada al destierro. Frente a la claridad que parecían brindar las luces de la ciencia, los elementos sobrenaturales de la vida del hombre comenzaron un proceso de extinción. La creencia en la zoantropía, supuesta capacidad del hombre de metamorfosearse en animal, que se ha manifestado en casi todo el planeta; no escapó al desvelo moderno, y pasó a ser considerada como fruto de supercherías y delirios monomaníacos.
                                                     Quizá los orígenes de la zoantropía se hallen en la prehistoria, cuando el hombre se encontraba en las misma condiciones que los demás animales a la hora de procurarse alimentos. Muchas de aquellas criaturas estaban mejor equipados que el hombre para atacar y obtener un presa, lo que provocaría en él cierta impotencia ante la carencia de cualidades envidiables como la velocidad y la fuerza.
   Con el fin de obtener sus codiciadas habilidades, el hombre comenzó a experimentar con el uso ritual de huesos, pieles, excrementos y cualquier otra cosa que pudiera obtenerse del animal. De esta manera, nacía el nexo entre el chamanismo y el reino animal. Con el tiempo, el chamán de la tribu tendría el poder de convocar al espíritu del jaguar o del lobo para que sirvieran de aliados a los cazadores tribales. A partir de esto, llegar a considerar a un chamán como un hombre-animal, sólo distaba de un paso.
     Aspectos generales sobre la zoantropía
   La transformación de humanos en animales ha sido en todo tiempo habilidad del brujo. En una u otra forma, y más o menos preferentemente según su vocación y aptitudes, se considera que el brujo tiene la capacidad de ser zoántropo.
    Se supone que existen zoántropos desde que hay brujos en el mundo, y éstos habitan en él desde tiempos inmemoriales. Previo al descubrimiento de América, había en el continente brujos declaradamente zoántropos. Entre ellos hay diferencias cuantitativas, pero están unidos por el hecho de haber realizado un pacto con el diablo, que puede ser más o menos condescendiente con unos que con otros. La diferencia estribaría, única y exclusivamente en la calidad de las aficiones y en el mayor o menor poder que el brujo recibe de su patrono.
La zoantropía fue, sin duda alguna, uno de los primeros frutos de la superstición, hermana de la ignorancia de las arcaicas sociedades humanas.
    La superstición trajo al mundo al hechicero, que es su ministro, su intérprete, su representante. Ya se considere a la zoantropía como una creencia en la transmutación de seres humanos en bestias, o como un género de locura que de ella se origina (la manía lupina, por ejemplo), ofuscó y aquejó en un principio, a latinos y griegos, a los pueblos de Oriente y con posterioridad a los de Europa. Las sociedades humanas padecieron en todas partes, extravíos de la misma índole. Los tenía el Nuevo Mundo al tiempo del descubrimiento. La conquista los halló en los bohíos y en las tolderías del aborigen y en los imperios del Inca y de Moctezuma.   Después de la conquista florecieron en los nuevos pobladores, en campos y ciudades.
  Cuentan las relaciones historiales de los misioneros, que en las regiones que vierten al Paraná y Uruguay, había una casta de indios que eran poseídos por un espíritu maligno, que los impulsaba a penetrar en pueblos a modo de perros rabiosos y hacer en ellos carnicerías. De repente, se apoderaba de ellos un furor irresistible y, con su arco y flechas, rugiendo como fieras mataban a la gente y se la comían. Se dice que solían vagar de noche por los campos como enajenados, tomando brazas de fuego con las manos, llevárselas a la boca y engullirlas sin que les hiciesen daño. Pasado el furor, no sabían qué era aquello que interiormente les motivaba a ejecutar cosas semejantes. Estos indios eran llamados apiocarés, que quiere decir hombres protervos o sin discurso [1].El licántropo, que de Europa se trasladó con los nuevos pobladores al continente de Colón, ha podido pasar a ser zoántropo con facilidad en su nuevo domicilio. Al pisar las playas de América, se encontró con un colega que le dejaba muy atrás en habilidades. En toda la región meridional del continente hubo zoántropos. En todas las costas bañadas por el Atlántico, el licántropo halló hechiceros o brujos capaces de tomar las formas de lobo o de cualquier animal feroz cuyos instintos y poder irresistible le conviniese utilizar para satisfacer sus pasiones o para la ejecución de empresas menos interesadas. En las regiones que se extienden del Amazonas hacia el Orinoco, salió el Tejoje a recibirlo. En las regiones que comprenden desde el istmo de Panamá hacia el Orinoco se topó con el Payé o hechicero que, como el Tejoje, sobrevivió a la entrada de los españoles y portugueses.
    Las mitologías y las tradiciones indias son también una rica fuente de creencias vinculadas a la zoantropía. Los brahmanes habían sistematizado las primitivas creencias del pueblo y unificado toda aspiración fetichista, ya desde el zoomorfismo más elemental al antropomorfismo más perfecto. El vishnuismo, que por un lado humaniza y por el otro zoomorfiza todas las fuerzas de la naturaleza, agrupa estas primitivas creencias,

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